Orsay/ Rosario Kuri Inés Marcos

3 noviembre, 2013 § Deja un comentario

Orsay/ Rosario Kuri Inés Marcos

Estar fuera de lugar. Estar fuera de juego. Estar out, al margen, donde no toca. Estar sin estar. Qué pereza salir a la calle y llevarse a cuestas todo esto. Pero a quién le vas a venir con el cuento a estas horas. Bueno, pues a nadie. Ni falta que hace ni ganas que tienes. Pero, en serio, todo es muy raro. Ni siquiera es que estés triste. Que va. Lo que pasa es que todo te resbala y, joder, vaya expresión, “me resbala”. Pero, de verdad, no se podría decir de otra manera. Las cosas te resbalan. La sensación se parece a tirarse meses dentro de un coche en un túnel de autolavado. Sí. Ahí fuera están pasando cosas (el jabón, la espuma, los cepillos que van y vienen, el ruido de las gomas que se arrastran por el techo) pero tú estás aquí dentro, con las manos fijas en el volante, en un ademán de conductora perfecto, pero está claro que avanzar, no avanzas, y que todos los sonidos y las palabras y lo que sea que está sucediendo te llega amortiguado o, directamente, no te llega. Te resbala. Te resbala como toda esa agua del túnel de lavado resbala por la carrocería de un coche muy sucio. Ah, pero qué a gusto se esta aquí dentro, ¿verdad? Bien, ya tienes tu símil del día. Desde hace cosa de dos meses la vida te resbala y no te llega, como si estuvieras dentro de un coche muy sucio que a su vez está dentro de un túnel de autolavado (no tienes claro si en la comparación tú eres el coche en sí, con su carrocería mugrienta, o sólo la persona con las manos aferradas al volante. Inevitablemente, el túnel de autolavado es el mundo y el agua es la gente y la vida y blablabla). Muy bien. ¿Y qué más? Ah, sí, te parece que todo es muy raro. Esa falta de conexión absoluta entre lo que hay fuera y todo lo que no sientes. Dices que no te había pasado nunca. Tu hermano te pregunta por teléfono si estás segura. Y, bueno, crees que sí, que esto es nuevo, pero en realidad, para variar, no te acuerdas. Vaya, vaya. Qué capacidad más asombrosa para borrar tu propio rastro. En fin. La cuestión es que como te sientes así de rara, sales a dar un paseo. Es de noche. Menudo coñazo. Ha habido partido de Champions y la calle está llena de hooligans chuzos montando bulla. Como la idea del paseo, evidentemente, es que se convierta en algo autorreflexivo, tiras por la calle de la derecha, la que sube hacia la montaña, y te alejas del centro. Esto está mucho mejor. Hace frío, hay silencio, no hay ni un alma. Sabes que en cuestión de cuatro calles la ciudad se convertirá en otra cosa y pasará a amoldarse como blandinblú a tu estado de ánimo. Es lo que siempre pasa cuando decides salir a pasear sola, que todo parece acompasarse a este sentimiento casi épico de “¡Ah, voy a sentir que siento!”. Bueno, te pasa a ti y le pasa a todo el mundo. Sentir que quieres sentir. Muy bien. Y para eso, claro, hay que subir a una montaña, hay que sentarse en un banco, hay que meter las manos en los bolsillos, hay que entrecerrar los ojos y dejar que el vaho de la noche empañe intermitentemente el aire. De la que subes, hay que fijarse en esa casa, con sus luces encendidas, y pensar en quién vivirá dentro. Hay que usarla para seguir sintiéndose muy fuera de todo, al margen, como si detrás de esa ventana hubiera un fuego (venga ya, ¿una chimenea? De acuerdo) y todo estuviera en su sitio y tú no alcanzaras a verlo porque aunque es una casa de una sola planta la ventana principal está a una altura rarísima. Sí. Últimamente todo te queda a una altura muy rara, no hay manera de sentirse cómoda ni de encarar las cosas de frente. Y, bueno, te ha parecido que dar un paseo podía estar bien. Subir al mirador, ver la ciudad desde aquí arriba, sola, inspirando fuerte y cruzando mentalmente los dedos para ver si así las cosas empiezan a ponerse en su sitio y a significar algo de nuevo. Poner orden, pensar. Venga, todo el mundo lo hace. Está claro que hay un poco de pantomima en este paseo nocturno tuyo, pero de algo te servirá, ¿no? Pues no. Creías que sí, pero no. Después de diez minutos intentando dejar la mente en blanco, predisponiéndote a una revelación cósmica, te levantas y te vas, agachando la cabeza y con el rabo entre las piernas, porque en lo único en lo que puedes pensar es que, mierda, no sabes cómo ha quedado el partido, y ni siquiera estás segura de si era el de ida o el de vuelta, y tratas de echar cuentas calculando mentalmente resultados, pero otra vez no te aclaras con eso de que cada gol marcado fuera de casa vale por doble. Bah, está claro, últimamente no te enteras, estás fuera de lugar, donde no toca. Estás out. No hay manera. Y tu reflexión estrella de la noche se va a quedar en que en tu caso, no cabe duda, el partido hace una temporadita que se juega fuera. Y para ti marcar en campo ajeno no suma puntos, sino que más bien los resta.

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