De lo malo, lo mejor/ Anders Bigum Ángeles Maeso

8 enero, 2014 § Deja un comentario

De lo malo, lo mejor/ Anders Bigum Ángeles Maeso

El conductor del segundo camión cayó demasiado cerca de la lancha y no paró de gritar desde que se tiró del puente. La sólida niebla del pantano se agarraba al agua igual que Elisa a la embarcación para no caer. Ya no tenía ni la edad ni la agilidad para asumir este tipo de operaciones y eso le enfadaba, y cuando se enfadaba se le ponía la cara colorada y sudaba como un vidrio condensado. El incendio que asolaba la cara norte de la montaña era incontrolable y amenazaba con calentar más aún el aire, por lo que la posibilidad de que el camión de carga química estallase, ya no era remota.
– Aquí la inspectora Yagüe, ¿me recibe? Tenemos al transportista, los compañeros buzos le están ayudando a subir a la lancha. Qué pasa con la mujer, repito, qué pasa con la mujer.
La comunicación entrecortada hacía imposible descifrar las órdenes de su superior.
– ¿Dónde esta la mujer? ¡Eh! Mírame, vamos, mírame. Estas a salvo, tranquilo. ¡Mírame! ¿Dónde está la mujer que estaba contigo?
El camionero era incapaz de hablar, no paraba de toser y balbucear.
– Mierda… ¡Hola! ¡Me escuchas! ¡Soy la inspectora Yagüe! ¡El camión contiene sustancias químicas inflamables y puede explotar! ¡Tienes que saltar! ¡Me oyes! ¡Confía en mi! ¡Salta!
Un cambio brusco del viento calentó el rostro de Elisa quien impaciente agarró del pelo al camionero
-¿Cómo se llama?
-No lo sé
-¿Habla español?
-No mucho
-¡Joder!
-Inspectora Yagüe ¿me recibe? Inspectora, no les vemos.
-Aquí Yagüe, estamos tras el pilar del puente.
-Deben salir de ahí, el camión puede explotar y si eso ocurre el vertido les caerá encima.
-La mujer no ha saltado, no habla español, hay que evacuarla.
-Yagüe, vayan río abajo es una orden.
-Pero hay una mujer…
El camionero levantó la voz
-Es una puta
La inspectora Yagüe tomo aire, miró la niebla incandescente al otro lado del pantano y rompió la nariz del camionero de un golpe. Si conseguían salir de aquella, volvería a encontrarse con el atractivo fiscal del tribunal disciplinario. De lo malo, lo mejor.

Después de vomitar me sentía mejor/ Anders Bigum Sergio Morera

31 octubre, 2013 § Deja un comentario

Después de vomitar me sentía mejor/ Anders Bigum Sergio Morera

Después de vomitar me siento mejor. Todo parece volver a estar en su sitio; las nubes, los edificios, las palmeras al borde de la carretera…
Me paso la mano por la cabeza, me abrocho el último botón de la camisa y me dirijo de nuevo al bar donde están mis compañeros.

“The only words I said today are beer and thank you”
Mientras pido una cerveza con el codo clavado en la barra, esta estrofa de la canción de Bill Callahan me viene de golpe a la cabeza y me hace sonreir.
Beer & Thank you, tampoco han salido hoy de mi boca demasiadas palabras más a parte de estas.
Beer & thank you…que buena.

Con la cerveza ya en la mano miro a mis compañeros: ni siquiera me ven. Están enzarzados en una acalorada discusión con el viejo director de cine homenajeado por el festival, ajenos a todo excepto al significado de tal o cual plano, la motivación de una transición hecha por corte en lugar de por fundido, etc.
En cualquier otra situación me hubiera animado alegremente a formar parte de la conversación pero el carácter antiimperialista del cineasta, que se niega a hablar en inglés, y mi pésima educación basada en este idioma como única lengua extranjera me han obligado a quedarme toda la noche al margen, sonriendo de vez en cuando como un imbécil borracho (cosa que en parte soy en este momento).

Así pues, aprovechando que no me ven y que no me van a echar en falta hasta Dios sabe cuando, decido escurrirme discretamente del local por la puerta de atrás camuflando mi cerveza bajo el abrigo.
Beer & thank you.

* * *

Mientras camino, el cristal y el cemento se convierten en piedra, la ciudad cambia de cuerpo.
Yo continúo a paso ligero, a pesar de no saber donde voy parece que tengo prisa por llegar.
En cuanto llego a la calle de las prostitutas me preparo (voy borracho pero no tanto).
Paso la cartera del bolsillo trasero del pantalón al bolsillo interior de la chaqueta y cojo el móvil con la mano haciendo ver que escribo a alguien.
Me doy cuenta entonces de que he recibido varios whatsapps. Abro la aplicación, pero al ver el remitente prefiero no leerlos: es ella.

Cuando levanto la vista las putas ya han desaparecido y también los turistas borrachos buscando sexo, solo quedamos los mendigos y yo con los que, francamente, me siento bastante más a gusto. Tanto es así que al primero de ellos que me lo pide le regalo mi cerveza para que se la acabe.
De nuevo, beer and thank you.

* * *

Atravieso un río, atravieso un parque y finalmente llego a una estación de metro.
Son más de las cinco, creo que es un buen momento para volver al hotel.

Justo cuando empiezo a bajar las escaleras escucho un ruido extraño, parece el rugido de un animal.
Me quedo quieto unos segundos, llega un segundo rugido.
Salgo de nuevo a la calle y empiezo a caminar despacio hacia el lugar de donde creo que proviene el sonido.

Doblo la esquina y resuelvo el misterio: hay un Zoológico junto a la estación de metro.
Desanimado (supongo que secretamente esperaba encontrarme con la imagen fantástica de un animal salvaje suelto en medio de la ciudad)doy media vuelta, pero antes de irme echo un último vistazo a la entrada del Zoo y me doy cuenta de que la puerta está abierta.
Con mucho cuidado, empujo la verja, atravieso el umbral y empiezo a caminar por un camino de tierra que conduce al interior del parque.
Camino bastante rato sin ver a ningún animal, tan sólo distingo, de vez en cuando, algún grupo de ojos vidriosos que me observan desde la oscuridad.

Empiezo a pensar que todo esto es una gilipollez. Estoy cansado, tengo frío y si quiero ver a cualquier bicho haciendo el tonto no tengo más que encender la tele de mi cuarto.
Me enciendo un cigarro y doy media vuelta para marcharme y justo entonces lo veo tras su jaula.
El causante de los ruidos, un león, me observa tumbado desde el suelo.

Lentamente me acerco y me siento en un banco de piedra frente a él. A través de los barrotes observo su pelo, sus ojos, su nariz, sus patas.
El león también me observa, con los ojos medio abiertos, como si acabara de despertarse de un sueño muy profundo.
¿Rugía entonces en sueños?¿Soñaba con cazar o con ser cazado?
Mientras me pregunto esto, el león aparta la vista de mi y mira al cielo. Yo, por inercia, hago lo mismo.
Empieza a nevar.
El león baja de nuevo la cabeza, nos miramos.
La nieve empieza a cubrirnos de blanco silenciosamente, a los dos.

Uno/ Anders Bigum Inés Marcos

14 octubre, 2013 § Deja un comentario

Uno

La luz era algo con lo que no contabas. Habías imaginado mil veces los edificios, contabas con saberte el nombre de las calles y anticipar con voluntad de vidente cómo se dibujaría el mapa a cada giro, en cada esquina. Contabas con el vértigo invertido que te provocarían esas moles verticales. Sabías cuál sería tu edificio favorito mucho antes de enfrentar por primera vez sus volutas de acero gris hielo. La ciudad llevaba toda una vida anticipándose. Estaba ahí y tú sabías que estaba ahí y que estaría ahí aunque aún no la hubieras pisado o incluso si no llegabas a pisarla nunca. Era una sensación extraña, pero habías sido capaz de habitar milimétricamente un espacio desde un océano de distancia.
El mar pueden ser horas. Nunca lo habías pensado así, pero en el avión te habías dado cuenta de que las aguas se atraviesan a golpe de minuto y que los minutos a su vez son como las minúsculas estelas de espuma que se ven desde la ínfima ventana. Siete horas es un océano. Al menos eso es lo que dura este océano, el océano que hay entre tú y ella. La ciudad; ella. En estos momentos sólo hay eso. Agua que son horas, tiempo suspendido y deseo. Deseo, deseo, deseo. El viaje es puro anhelo. Quieres llegar y quieres verla.

Contabas con el vértigo invertido que te provocarían esas moles verticales. Contabas con el vértigo de arriba abajo que sentirías al verla esperándote de pie en la puerta. Contabas con saberte el nombre de las calles y contabas con decir su nombre, el de ella, muchas veces, como si decirlo fuera algo tan natural como conocer de antemano el intrincado mapa de los barrios. Era natural y no era natural pero era así y así era como tenía que ser. Lo sentías como algo inevitable. Cogisteis el metro y no te sorprendió el trajín destartalado de los vagones, las ratas gordas y medio peladas en las vías, el olor pesando toneladas y el calor como de desierto subterráneo. Ella hablaba y tú la mirabas aún flotando en ese halo irreal que dan los vuelos largos. Pero todo estaba en su sitio, todo estaba donde tenía que estar. Contabas con todas esas cosas, y la puntualidad británica de cada novedad tenía la cualidad mágica de encajar como un guante en la expectativa creada. Lo veías todo por primera vez, pero todo era tan bueno como habías pensado que tenía que ser cuando pensabas en ello anticipándote desde la distancia infinita de un océano, de siete horas, de dos continentes.

La luz fue la primera cosa con la que no contabas. No contabas con que el vagón emergiera de pronto de la tierra y de improviso caracoleara sobre un puente como de montaña rusa. Con ese vértigo no contabas. No contabas con que la ciudad, al final, se revelara así, de pronto, aérea. No contabas con ese cielo enorme. Enorme. No pensabas que una ciudad tan grande pudiera dejar margen a un cielo tan vasto. La luz fue la primera sorpresa. Y sí, anochecía. Caía de golpe todo el peso del día, reventaba como una bomba atómica sobre el río, y todo, todo, era naranja y ocre. La ciudad a vista de pájaro desde ese vagón de metro. Ella recortándose contra la ventanilla del tren. Los edificios, los puentes, el río, los pájaros, las vías, los coches, un cartel de neón enorme. Y otra vez el cielo. Porque todo lo demás era cielo. Luz naranja y cielo.

Así que estabas allí. Ahora que esa acuciante sensación de presente se imponía como si al océano que antes os separaba le hubieran abierto las compuertas, sólo ahora, podías decir que por fin estabas allí. Ahora que te dabas cuenta de que, en realidad, no tenías ni puta idea de qué era lo que estabas esperando ni de qué iba a ser lo siguiente.

Pero en el fondo a eso habías venido, ¿no?

¿Dónde estoy?

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